El crimen de la comunicadora de Curuzú Cuatiá
El crimen de la comunicadora Griselda Blanco de Curuzú Cuatiá, Corrientes, entra en zona de definiciones. Quienes tienen larga experiencia en materia en investigaciones -está en el lugar la División Homicidios de la Policía Federal- piensan que la resolución es inminente y se centran, al menos por ahora, en una pista más relacionado con un conflicto interpersonal que en las sospechas sobre quienes fueron denunciados por Griselda a raíz de anomalías en el hospital y en la fuerza policial.
En la noche del lunes se volvió a allanar la vivienda de la comunicadora y se secuestró un cuchillo Tramontina, que tal vez se usó para infligirle un corte en el cuello. También otros tramos de la soga con la que se hizo el estrangulamiento. Todo indica que fue un asesinato producto de una pelea improvisada con alguien conocido, ya que ella misma le abrió la puerta. No se trató de un homicida que vino con todo preparado. Es más, hubo pelea y la periodista le arrancó pelo al asesino, dejando una prueba irrefutable, porque se constató que los cabellos tienen bulbo, es decir que se podrá determinar el ADN del agresor. Este martes, la fiscal María José Carrero Sahagún imputó formalmente a una expareja de Griselda, Armando Jara. Pero también en la noche del lunes se hizo el allanamiento del emprendimiento de otro sospechoso y se secuestró un celular, que es decisivo en los próximos pasos.
Las sospechas sobre la ex pareja Griselda, el detenido Armando Jara, no se basan en una imagen de una cámara que, en verdad, no está cerca de la casa de la comunicadora sino de la casa de él. Y lo que se percibe es que llegó después del crimen. No es una prueba muy decisiva. Más importantes serán los análisis de ADN. Los hijos de la periodista, además, sostuvieron que no creen que él haya sido el criminal, sino que apuntan, tal vez, a otro individuo.
La investigación está a cargo de la fiscal Sahagún y tiene la asistencia de los jefes de la Federal que viajaron a Curuzú Cuatiá. Como explica habitualmente el criminalista Raúl Torre, este caso es lo que se califica como “un hecho desorganizado”, o sea que surgió de manera imprevista, con un cuchillo y una soga encontrados en el lugar. No es un crimen pensado, planeado. No tiene el ribete de una venganza o una ejecución por las denuncias de Griselda, dado que, en ese caso, lo habitual es que el asesino ya concurra al lugar con un arma de fuego o un cuchillo, para asegurar el resultado. Aún así, tampoco se descarta esa pista.
En los hechos desorganizados los rastros que quedan son abundantes y más aún en una ciudad chica como Curuzú Cuatiá. En el homicidio de Griselda la cantidad de pruebas que dejó el asesino es evidente: pelo, rastros en el cuchillo, en la soga, seguramente huellas digitales por todos lados. Y, además, en una reunión realizada entra la fiscal y los policías, en la mañana del martes, se resolvió avanzar rápidamente en el análisis de los celulares. Griselda Blanco tenía dos, de los cuales sólo uno apareció. También está el celular que se le secuestró al nuevo sospechoso. Y, además, es muy posible que se pueda avanzar en la determinación de los movimientos de Griselda y el sospechoso por la geolocalización de los celulares a partir de las antenas.
En la fiscalía y entre los investigadores están convencidos que el homicidio se puede esclarecer rápidamente. Es un crimen con móvil que surgirá indefectiblemente, prueba de ADN, huellas digitales y rastros en los celulares. Además de la imputación a Jara, se habla de una nueva detención en un día o dos.