Con una presencia de más de 65.000 personas, dos jornadas y de día, el festival imitó la lógica de los shows franquiciados actuales.
El Parque de la Ciudad se convirtió en el epicentro de la música electrónica con el regreso triunfal de Creamfields Argentina. Con más de 30 mil personas por día, el festival reafirmó su posición como uno de los eventos más importantes de la música electrónica mundial.
Nueve años después de su última edición local, el festival de música electrónica Creamfields volvió a Buenos Aires. Se había dejado de hacer en 2015, tras quince ediciones consecutivas, por la tragedia de Time Warp, el festival en el que murieron cinco chicos que habían consumido drogas sintéticas. El lugar, ubicado en Costa Salguero, no tenía suficiente agua, ventilación ni seguridad. El costo social lo pagó la música electrónica, que tardó casi una década en cancelar el saldo.
El sábado arrancó con un día pleno de sol y calor, que no impidió que miles de fanáticos llenaran el predio desde temprano. Los asistentes disfrutaron de la programación en 5 escenarios con artistas internacionales de primer nivel como Alesso, Steve Aoki y Fisher, quienes hicieron del Main Stage un verdadero espectáculo. En paralelo, nombres como Paco Osuna, Kölsch y Marcel Dettman, Helena Hauff, Victoria guiaron a los presentes hacia un viaje sonoro inolvidable.
El domingo, la lluvia de las primeras horas de la tarde no logró opacar el entusiasmo del público ni la magia del festival. Miles de asistentes bailaron sin descanso al ritmo de Swedish House Mafia, quienes cerraron la jornada con una presentación cargada de energía y emoción. Nina Kraviz, con su estilo único, y Richie Hawtin, con un set techno impecable, se destacaron entre los artistas que transformaron el domingo en una celebración de la música y el disfrute.
Son muchos los inicios de esta nueva Creamfields. Es la primera vez, por ejemplo, que el festival de espíritu nocturno se hace a partir de la una de la tarde, como nos acostumbró ya una década de Lollapalooza. Por la noche, las luces blancas que iluminaban todos los rincones del predio también contribuyeron a alejar el recuerdo de las primeras ediciones del festival, oscuras y mal iluminadas.
Pero también es un público mucho más heterogéneo que el de antaño: twinks que nunca vivieron una Creamfields con chupetines en la boca, abundancia de barbas que rozan los 40, y chicos y chicas que no se quieren perder un sólo festival, sea de electrónica, de rock nacional o de trap. Si la época en que vivimos es una donde todas las propuestas tienen que apelar estéticamente a todos los públicos posibles, la nueva Creamfields cumplió el objetivo.